A la 6 de la mañana de un 18 de setiembre de 1965 dejaron de circular los tranvías en Lima. 

El personal de la Compañía Nacional de Tranvías –una de las primeras compañías públicas– entró en huelga ese día, reclamando el pago de jornales atrasados y la solución integral de sus problemas.

Una campaña promovida por el diario neoliberal La Prensa (quienes apoyaban su liquidación por ser onerosa al Estado), el escaso número de sus unidades (la mayoría malogradas), la desleal competencia con los ómnibus y la compra de una flota Büssing por parte de la municipalidad de Lima, terminaron por enterrar la empresa.

La historia de este recordado medio de transporte masivo se encuentra bien detallada en la Internet y en libros como “Los tranvías de Lima 1878-1965”, de Neydo Hidalgo Minaya y César Jiménez Espinoza. Acá añadimos algunos detalles a esa historia.


El chirrío de su paso y las roturas de pavimento alrededor de sus vías férreas generaban muchas protestas. Desde el terremoto de 1940 cada vez se le fue limitando más el ingresó al centro de la ciudad (y a ciertas partes de Barranco) por miedo a que ocasione derrumbes. La prensa especuló que la medida habría sido promovida por un lobby de propietarios de ómnibus y colectivos, a quienes se les favoreció directamente.

Los descarrilamientos, los choques por carreras contra carros particulares, los atropellos, los accidentados por subir al tropel, no fueron pocos.

Hasta el cóndor de la Quinta Heeren –por los años 40–, un pacífico animal criado en cautiverio, que salía a andar por los alrededores, sufrió de estos excesos. No vio venir al tranvía (ni lo verá).

En la foto, por ganar un cruce en la avenida Colmena, a fines de los 50, un carro y un tranvía acaban empatados.

Los ladrones viajaban en tranvía. Ir al estribo para evitar pagar pasaje era ganarse una bolsiqueada fija. Pero más perjudicial que los gorrones para la CNT era la invasión de sus rutas (cuyas pistas ellos mantenían) por los colectivos y ómnibus.

El declive del tranvía dio paso –en otros países– a la construcción del metro. La alcaldía de Bedoya habló entonces de estudios mandados a realizar pero ya había importado una flota de 210 ómnibus marca Büssing que llegaron en plena huelga. Fue la puñalada final. 

En plena huelga, un trabajador de la CNT sacó la cuenta que con la venta de sus rieles alcanzaría para pagar las deudas y adquirir una línea moderna de trolebuses: ¡Eran 20 millones de kilos de fierro! La iniciativa no prosperó y finalmente los trabajadores aceptaron la liquidación de la compañía.

Sus surcos hendidos en el suelo fueron canibalizados poco a poco, sus carros vendidos como chatarra. Algunos carriles muertos sobreviven todavía recordándonos su ausencia paralela.